jueves, 31 de mayo de 2012




 La formación de un gobierno -y de la oposición que sirve a éste como garantía esencial-, implica la consagración de una tiranía inevitable, cuyo orden debe buscarse en la entega espontánea que los votantes hacen de sus personas y de sus bienes -así como de las personas y de los bienes de los no votantes- en favor de sus elegidos. De todo ello se deduce que la alienación de la propia soberanía podría no ser una estupidez, sino todo un derecho, cuando el que la regala por medio del voto dispusiera solamente de su parte. Sin embargo, este acto cesa de ser una estupidez o un derecho y se convierte en una expoliación cuando, valiéndose de la brutal razón del número, el votante impone a la soberanía de las minorías su propia soberanía.
Y agrego que siendo todo gobierno necesariamente una causa de antagonismo, de discordia, de asesinato y de ruina, aquél que, con su voto, concurre a la formación de un gobierno, es un provocador de guerra civil, un promotor de crisis y, en consecuencia, un mal ciudadano.
Ya estoy oyendo gritar a los republicanos del funcionarismo: ¡Traición! No me emocionan, porque los conozco mejor de lo que se conocen ellos mismos. Tengo que arreglar con ellos una vieja cuenta de sesenta años y su quiebra, de la que me hago curador, no será de las más divertidas.
Oigo también a los monárquicos e imperialistas preguntarse si no habría alguna cosa que espigar de entre la cosecha que muestro; no me turban, porque he calculado el valor de sus antiguallas de la manera más justa.
El porvenir no pertenece ni a éstos ni a aquéllos. ¡Gracias a Dios! Y la monarquía, para hincar su último diente, sólo espera ver caer la última uña de la dictadura.
Yo me propongo arrancarles a estas señoras la uña y la raíz.
¡En guardia!

Anselme Bellegarrigue. 1850

1 comentario:

crear unicornio analógico con cintas recicladas y girar con el boli

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