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Fotografía de Albert |
Pues sonaba la risa de aquella niña, entre el murmullo del aire fragmentándose entre coches pasando, olas batiendo, y asfalto mojándose. No sé cómo lo hizo, se reía sin parar. Y yo no pude dejar de mirarla. Y ella seguía riéndose a carcajadas. Girando en el suelo. Un suelo blando de esos de parque nuevo, y limpio, y rojo, y que casi huele a gominola. Y era una risa pura, y blanca, y también limpia, y contagiosa, y fresca, y gravemente aguda, y pesadamente ligera. Yo la escuchaba, y la miré, y sonreí, y quise ser ella. Cosquillas no.