Ellen Kooi |
Si nos persiguió por toda aquella frondosidad de finales de septiembre fue porque su mesa del té se había quedado vacía, sin gente, las infusiones estaban frías, el té negro se había convertido en té azul, y el verde en rooibós, mientras que los invitados fueron huyendo de la mesa con mantel de cuadros poco a poco, dejándole solo con su viejo sombrero y un azucarero roto por el asa, así que Aquello se había enfurecido y fue detrás de todo aquel invitado que había asistido a su fiesta del té bajo el agua sin apenas darle las gracias por los maravillosos trozos de pastel que había preparado. Nosotros corrimos, hasta que llegamos a Tokio por la noche, muy tarde, y las luces de la ciudad estaban encendidas, con vida, sin mirar hacia atrás, y nos perdimos entre los luminosos de neón, y los faros de los coches, y el sonido de la radio en japonés, y todas aquellas vestimentas de colores, que brillaban, allí, en la noche, bajo unas estrellas de factoría que nunca llegamos a vislumbrar.
Es de lo más psicodélico que te he visto escribir, me gusta :)
ResponderEliminaryo me hubiera quedado en la mesa de té
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