domingo, 25 de enero de 2015

el arder



El momento del chasquido del mechero se cayó por las escaleras de aquella habitación tan pequeña. Nos encerramos allí durante infinitas sonrisas y cuatro cafés con patatas de bolsa. Fuera, en el mundo real, hacía frío. Hacía muchísimo frío. Hacía tanto frío que ni siquiera nos dimos cuenta de que el reloj se había congelado. tic tac Nosotros nos enamoramos mil veces del mar, y ellos jamás se dieron cuenta. El mechero prendió la mecha en la que tú insistías y yo también. El cigarrillo se consumió solo, frío, allí, que ardía. Tu mirada se deshizo, tu sonrisa gritó. Y yo te observaba mientras dormías, y tú soñabas algo en algún sitio a kilómetros de aquí. Y mi cigarrillo se consumía, también entre olor a café y arrugas de edredón, pero tú estabas entre lo ausente de tu sueño, y lo presente de tu cuerpo. Estabas en un limbo del que solo se escapa por la mañana, cuando se sale a lo Cavestany, a lo feo. Seguí observándote con el frío golpeando la ventana, ahora débil, y sudando vaho. No quiero que te marches, ¿me coges de la mano? Y justo cuando te encendiste aquel cigarro ya gastado de reírtelo, te puse una canción de esas que suenan todo el rato, y de un tipo con tupé y que suena en las radio fórmulas, pero que de repente tenía todo el sentido del mundo. Y dentro de lo banal, de lo mundano de aquél espacio pequeño, de trenes que van hacia atrás, de pasar hambre pero al mismo tiempo estar lleno todo el rato, de consumir la risa del Cajón Universal, de una cama en el Cielo, de un Infierno muy poco malo. ¿Ardes? Quédate conmigo.



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