martes, 10 de febrero de 2015

la náusea





rita lino




Sartre comienza su amago de vómito de palabras diciendo que lo mejor sería escribir los acontecimientos cotidianamente. Llevar un diario para comprenderlos. No dejar escapar los matices, los hechos menudos, aunque parezcan fruslerías, y sobre todo clasificarlos. Es preciso decir cómo veo esta mesa, la calle, la gente, mi paquete de tabaco, ya que es esto lo que ha cambiado. Es preciso determinar exactamente el alcance y la naturaleza de este cambio. 
Así estalla la primera bomba de la novela, en la Hoja que precisamente no tiene fecha. Así te aplana el viejo existencialista parisino, que lejos de existir de forma somera, prefiere vivir cada banalidad como si fuera la última. Y Simone de Beauvoir arde con él en los fuegos de la ira escrita, y de lo sensorial. 
Ese día devoré el libro, y como Ella, escribí mis propias Memorias de una joven INformal, con el único propósito de llegar a la cocina, quitarme la camiseta color rosa pastel que había comprado en una charity por un pavo, y gritar hasta que no me quedaran fuerzas por la ventana. Polemizar el vecindario, y agitar la tranquilísima hora de la comida en el barrio del mar. Amar lo que se puede palpar, y olvidar lo platónico; festejar el hoy, y comerse el reloj. Los cacharros de la cocina, fríos en lo eterno de ser inerte, se parecen a Ellos cuando miran y no hablan, cuando no intervienen en el diálogo, cuando solo son espectadores y jamás detonadores. 
Quiero ser la náusea que provoca, quiero destruir una piscina para volver al océano. Porque en ese océano, está lo b.o.n.i.t.o. reservado para unos pocos. 

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