my little dead dick
Eran días raros. Días en Gijón. Todo lo excéntrico que puede ser vivir en esta ciudad. Cada día aspirábamos a días salvajes, como la película. Tú llevarías esa camiseta interior blanca de tirantes de los años cuarenta, que os sienta tan bien. Y bailarías alguna canción de Xavier Cugat delante de un espejo roto por la humedad y el paso de la gente por esa habitación de hotel completamente destrozada. Pero en ese momento, os miré, en aquel salón, a los tres, riendo ebrios de vida, ebrios de ese momento, sentíais el confort del suelo debajo, y toda la incomodidad del mundo se había quedado de puertas para fuera. El mundo se había quedado gélido en la calle, y aquí, aquí estábamos, pasando las horas sin sentir la manecilla atravesada en la ventana. Y como en la canción, a veces pensaba que no sabía quererte. Gestionar estas sonrisas no es sencillo, y a veces, se te desgarra una herida preciosa que se cierra cuando se abren las cortinas y entra la luz de nieve, en una casa increíble desde la que se ve toda la ciudad. Toda esta ciudad. La ciudad vampira. Esta ciudad, que sin quererlo, amas y odias al instante.
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